Melanoma
Historia de Modesto

<Imagen Historias de la Clínica Modesto melanoma</p>

Diagnosticado de melanoma con metástasis en hígado y pulmón, se recuperó con un fármaco inmunoterápico administrado en la Clínica. 

Su trabajo con una excavadora le hacía pasar largas horas al aire libre. El viento, la lluvia, pero también el sol le acompañaban cada día sin saber que el astro rey le iba a jugar una mala pasada.

Un lunar despertó la sospecha en la mujer de Modesto y los médicos les confirmaron que se trataba de un melanoma avanzado con metástasis en hígado y pulmones. De aquel fatídico día han pasado ya cinco años.

En ese mismo instante, comenzó la historia de superación de Modesto. “Me lo pusieron mal y tuve que dejar de trabajar.

Se me vino el mundo encima porque para mí el trabajo era mi pasión”. Coincidió que a su padre también le diagnosticaron cáncer. “Yo me fijaba en él y veía que tenía que tirar hacia adelante”.

Modesto fue derivado desde Logroño, su ciudad de residencia, a la Clínica Universidad de Navarra donde tras analizar su caso comprobaron que disponían de un ensayo clínico para él.

Consistía en la administración de un fármaco inmunoterápico, nivolumab, vía intravenosa y de manera ambulatoria. Pero, además, precisaba ser operado debido a que el cáncer se había extendido a otros órganos. “La operación se prolongó durante once horas. Fue muy duro”, recuerda Modesto, que tuvo que afrontar los peores meses de su vida.

Ingresó en el ensayo el 7 de junio de 2012. Poco a poco, el riojano, que recibía el fármaco inmunoterápico cada 15 días en la Clínica, fue asistiendo a su propia recuperación.

“Fue una pasada. Al poco tiempo de tomarlo sentía que me encontraba bien. Me hacían escáneres y los resultados eran cada vez mejores. Por eso, para mí, entrar en el ensayo fue como tocarme el gordo de la lotería”. Modesto asegura ahora que ya se encuentra “bien”, y que no precisa tratamiento. Pero reconoce que lo que peor lleva es acordarse de “la gente que conocí afectada como yo que no pudo entrar en el ensayo por no cumplir los requisitos. He sido un privilegiado”, asegura.

Junto a su mujer y a sus dos hijos, Modesto vive ahora, a sus 49 años “mirando el día a día” y disfrutando de su pueblo natal, Villoslada de Cameros (La Rioja), donde da largos paseos hasta la Ermita de la Virgen de Lomos de Orio, eso sí, siempre evitando el sol.

¿Cómo era su exposición habitual al sol?
Me ha dado bastante el sol. Dependiendo de la postura en la excavadora me pegaba el sol por la ventana y, aunque tenía una cortina, tenía que bajarme a menudo de la máquina.

Era entonces cuando más me daba el sol. Como soy blanquito, me salió un lunar pequeño y un día sangró en la cama. Así lo detectó mi mujer.

Acudió entonces al especialista.
Fui al médico y me hicieron una biopsia. A los días me dijeron que era un lunar cancerígeno y que me había salido por el sol. Lo cierto es que parte de culpa fue mía porque antes no me preocupaba y no tomaba las precauciones adecuadas para el sol.

Reconoce que tuvo mucha suerte al cumplir los criterios del ensayo.
El tratamiento era con nivolumab. El medicamento es una pasada, es lo mejor. Había días que me encontraba de cine. Al que le va bien le va muy bien. Tuve algunos efectos secundarios, algunos días malos, pero se pueden sobrellevar. El dejar el trabajo no lo llevé muy bien.

Un proceso muy duro, supongo.
Durante el tratamiento ha habido días buenos, en los que volvía a casa muy contento, y otros muy malos, que volvía a casa hecho polvo.

¿Se imaginaba que iba a responder tan satisfactoriamente a este anticuerpo que le administraban en el ensayo clínico?
Cuando entré en la consulta el doctor Martín Algarra y me dijo que iba remitiendo el tumor, casi no lo podía creer. Al principio no hacía más que aumentar, llegó a medir 16 cm de diámetro.

Pero tras el tratamiento con nivolumab, en los escáneres de seguimiento se veía que iba reduciéndose, primero milímetros, después centímetros… hasta que el tumor se quedó en 8 cm y decidieron operar. 

¿Fue dura la intervención?
Fue una operacion muy dura de once horas despertando en la UCI. En 11 días estaba en mi casa y bastante bien.

Su padre también padecía cáncer. 
Mi padre ingresó con un linfoma a tres metros de mí, en el mismo hospital de Logroño, en la misma planta. Me fijaba en él porque era bastante más valiente que yo.

A usted le diagnosticaron metástasis en hígado y pulmones, el pronóstico habría sido fatal. ¿Cómo se supera un proceso así?
Había días que no quería que me vieran porque estaba muy desmejorado. Daba cuatro paseos y me agotaba. He llorado mucho.

Pero lo ha conseguido.
Tengo que decir que en casa he tenido muchísimo apoyo. Durante mi enfermedad, la familia ha estado, si cabe, más unida. El apoyo de mi mujer ha sido fundamental y, si no llega a ser por los hijos, había días que no hubiese tenido motivación.

Pero ante todo hay que plantarle cara y tirar para adelante. Los doctores de la Clínica me decían que había que luchar, que era un proceso largo y que tenía que tirar para adelante. Empecé a creerles y aquí estoy.

Es importante tener fe en los profesionales médicos.
Es que la cosa pintaba muy mal pero en la Clínica me han hecho tirar para adelante. Y me quedo corto. No es por halagar, lo digo por todos los profesionales que me atendieron.

Hoy mismo me ha pasado que, cogiendo cita en Coordinación, me ha dicho una chica: ‘Hombre, el de Logroño’. Quiero decir que esto ha sido lo único bueno de la enfermedad, las personas que he conocido.

En general, ¿cómo se ha sentido durante su estancia en la Clínica?
Ha sido como estar en casa: enfermeras, médicos, el trato de todos los profesionales ha sido una pasada. Ese trato humano cercano es exquisito y ayuda muchísimo, es la mitad del tratamiento.

Tengo un especial recuerdo de las dos enfermeras que siempre me han ayudado, Iosune Goicoechea y Lourdes Soria, y de todas las enfermeras de hospital de día. Porque tuve muchos ingresos. Antes ingresaba cada 2 meses, por los accesos hepáticos. Mi agradecimiento también, sobre todo al Dr. Martín Algarra, al Dr. Rotellar, que fue quien me operó, y al radiólogo, el Dr. Benito.

La enfermedad, su recuperación al filo de lo imposible, ¿ha cambiado su visión de la vida?
Antes solo pensaba en trabajar para llevar más dinero a casa. Ahora no. Ahora lo primero es la familia, la amistad, estar bien conmigo mismo. Antes del melanoma trabajaba hasta los sábados, hasta en vacaciones… Me gustaba mucho lo que hacía. Pero ahora no, me he dado cuenta de que estaba muy confundido. Esta enfermedad me ha dado una lección tremenda.

Además de la familia y de los médicos, ¿ha tenido otros asideros en esos momentos difíciles?
Durante la enfermedad, los días que podía me escapaba al pueblo. Tenemos una ermita y allí subía. Había días que me escapaba andando y si no en coche. Me sentaba en la ermita y hablaba con mi Virgen.

¿Cómo es actualmente su día a día?
Mis rutinas son mis hijos, mi casa, ayudo a un hermano que tiene una tienda de vehículos y le echo una mano todas las mañanas. Intento sentirme activo.

¿Y su sueño?
Mi sueño es olvidarme de la enfermedad, lo que pasa es que cuesta olvidar. Y también quiero pasar todo el tiempo que pueda con mis hijos y mi familia. Me gustaría ayudar a otras personas, si puedo ayudarles a tirar para adelante y que con mi testimonio se les abra una ventana de esperanza, que la vean un poco a lo lejos para que puedan tirar para adelante. Esos son mis planes, además de hacer una vida normal.

¿Un consejo para quien pase por una experiencia similar?
Sobre todo que no pierdan la esperanza, que hagan caso a los médicos y que no tiren la toalla, nunca, nunca. Yo estuve a punto de tirarla y me he dado cuenta de que hay que tener esperanza, que hay medicaciones nuevas que están saliendo y que es posible salir adelante.