Doble trasplante cardíaco
Historia de Óscar

<p>Imagen de &Oacute;scar, paciente de la Cl&iacute;nica al que se le realiz&oacute; un doble trasplante card&iacute;aco y renal</p>

Dado su precario estado de salud, este paciente de 49 años fue llevado a la Clínica donde le realizaron un doble trasplante de corazón y riñón.

“Llevaba cuatro o cinco años que me cansaba mucho. Tanto, que apenas podía hacer nada, ni siquiera andar. Cada 6 meses tenía que ir al cardiólogo. Mi problema debía ser que tenía el corazón muy grande en comparación al tamaño de las válvulas cardiacas, que eran muy pequeñas. Y como las válvulas no funcionaban correctamente, el corazón no bombeaba bien”.

Así explica Óscar el precario estado de salud en el que transcurrieron sus cinco últimos años de vida ande de que, en situación terminal, ingresara en el Hospital de Navarra.

La gravedad que revestía era tal que la decisión del centro hospitalario fue, tras dos días de ingreso, el traslado inmediato a la Clínica para realizarle trasplante urgente de corazón y riñón. A finales de julio de 2013, con 48 años, este paciente vio su vida pender de un hilo. Insuficiencia cardiaca y renal severa, además de encharcamiento pulmonar, fueron los aspectos más destacados de aquel diagnóstico.

“Recuerdo que era el 25 de julio del año pasado. Estábamos en el pueblo, en Garralda. Me encontraba tan mal que le dije a mi mujer que me trajera a Pamplona al hospital. Me preguntó si llamaba a una ambulancia pero le dije que no, y me llevó en el coche. Cuando llegué al Hospital de Navarra me ingresaron en la UCI de inmediato.

Allí estuve durante 2 días hasta que decidieron trasladarme a la Clínica. Pero casi no se atrevían a llevarme del hospital a la Clínica, y eso que sólo está a una calle de distancia. Mi mujer me dijo que tuvieron que trasladarme entre 12 y 14 personas para meterme en una ambulancia que me llevara hasta la Clínica”, describe el paciente.

Fueron momentos agónicos, no sólo para Óscar, sino también para su mujer, Marisol, y para sus dos hijos, Vanessa de 22 años y Javier de 19, que le acompañaron en todo momento. Aquel 25 de julio fue el punto de inflexión, con mayúsculas, de la vida de la familia. Una situación vital límite derivada de una grave insuficiencia cardiaca, diagnosticada siete años atrás, que le había obligado llevar un marcapasos, a revisiones cada pocos meses y a que le dieran la incapacidad laboral a los 47 años de edad. 

¿Llevaba una vida normal hasta que le diagnosticaron la insuficiencia cardiaca? 

Sí, hasta entonces llevaba una vida normal. Trabajaba en una fábrica de embalajes de cartón. No era un trabajo de gran esfuerzo físico. Pero ya con 41 años me empecé a sentir más cansado. Iba al trabajo y escuchaba a mis compañeros contar que después de trabajar o el fin de semana se iban a hacer un montón de kilómetros en bicicleta o corriendo. Y yo llegaba a casa tan cansado que no tenía ganas ni de moverme. Lo cierto es que trabajaba a tope, pero los demás también y, por comparación, yo veía que llegaba y sólo podía tumbarme. A veces, los fines de semana iba a caminar, pero ya no podía subir cuestas, me sofocaba mucho y las piernas no me seguían. Era como si tuviese agujetas pero sin hacer deporte.

Y decidió ir al médico.

Sí, con los electrocardiogramas en la mano enseguida me vieron lo que tenía. Entre tanto, yo seguía trabajando, pero cuando llegaron mis informes a la Seguridad Social, me dieron la baja inmediatamente. Primero me dieron un porcentaje de incapacidad total. Pero al final me dieron la absoluta.

¿Cómo de limitaba estaba su vida por aquel entonces?

Para entonces salía de casa, pero con muchas limitaciones. Desde el barrio de San Juan subía andando hasta la Plaza del Castillo, un cuarto de hora andando, pero tenía que parar un par de veces y descansar en un banco. Y más que eso no hacía. Ya no subía cuestas ni escaleras.

Hasta que realmente ya no pudo más.

Fue el año pasado, cuando me ingresaron en la UCI del Hospital de Navarra. Allí estuve dos días y me vieron tan grave que me dijeron que había que trasplantarme el corazón y un riñón. Por eso me trasladaron a la Clínica Universidad de Navarra, a la espera de que surgiera un donante para que me pudieran operar. Al poco de llegar a la Clínica me tuvieron que operar de urgencia, pero yo no me enteré. Me pusieron una máquina de asistencia cardiaca, como un corazón artificial, porque veían que mi corazón solo no podía aguantar. Así estuve 17 días. Además, me pudieron diálisis y no sé cuántas cosas más. En ese proceso perdí 14 kilos, me quedé en 50 kilos, teniendo en cuenta que mido 1,73 cm…

Enchufado a ese “corazón artificial”, ¿cómo se le hizo la espera de un donante adecuado?

No me enteraba de gran cosa. Estaba bastante sedado y con analgésicos. Pero no podía hablar porque estaba intubado. Estuve así tres meses. Cuando me lo desentubaron no podía hablar, era como si no supiese. Me costó un tiempo. En total estuve ingresado más de tres meses, más de la mitad del tiempo, en la UCI.

¿Por qué tanto tiempo en la UCI?

Porque era tal la debilidad que tenía que contraje varias infecciones que me hacían retroceder todo lo que avanzaba. Me visitaron especialistas y personal de todos los departamentos de la Clínica. Entre todos consiguieron que saliera adelante.

¿Cómo ven los médicos su evolución?

Me dicen que tengo que ir mejorando cada día más. El doctor Rábago, con quien tengo ya mucha confianza, cuando al poco de salir de alta iba a revisión y me veía en silla de ruedas, me decía que no me quería ver con ella. Poco a poco pude ir dejando la silla y empezar a andar. Él me insistía mucho en esto. La verdad es que del doctor Rábago me acordaré toda la vida.

Si recuerda cómo ingresó ¿creía que iba a poder superar todo y llegar a hacer vida casi normal?

No, para nada. En el estado de debilidad que me encontraba pierdes todo, hasta la esperanza. De lo mal que me encontraba me llegué a despedir de mi mujer un par de veces.

Y ahora que se ve haciendo una vida casi normal, ¿cuál es su estado de ánimo?

Estoy feliz, yo y toda la familia, porque ellos lo han pasado fatal. Estamos muy unidos. Mi mujer iba a trabajar y el resto de las horas venía a la Clínica a estar conmigo. A la vez atendía a la familia. Mis hijos también estuvieron a mi lado. Es muy importante el apoyo y la presencia de la familia cuando te da el bajón anímico. Es fundamental.

Además del apoyo profesional.

Estoy encantado con el trato y la profesionalidad de todos los médicos y personal que me trataron. Tengo un especial recuerdo de las enfermeras de la UCI. Todavía les suelo hacer visitas porque me atendieron durante más de dos meses.

Ellas me sabían tratar muy bien y me tomaban el pelo. Yo no podía hablar porque estaba intubado, así que no protestaba nada. Y la fisio, que me hacía trabajar muy duro. Pero todos han sido muy buenos, los médicos, los celadores, todos. Y el doctor Rábago, fantástico.

Recuperado de un estado de salud que pendía de un hilo, ¿cómo se plantea ahora el futuro?

Me lo planteo día a día. Ahora le saco más chispa a las cosas. Disfruto de todo lo que puedo, siempre dentro de unos límites, porque me tengo que cuidar mucho. En cuanto pueda volver a conducir quiero ayudar en alguna asociación, tipo el Banco de Alimentos o Cáritas. Igual en unos meses.