Las etapas del ciclo vital en la familia

Todas las familias durante su crecimiento pasan por diferentes etapas. A medida que transitan por este camino ocurren cambios que crean situaciones de crisis y tensión que movilizan a todos los miembros hacia el desarrollo de recursos, no solo de forma individual, sino de forma conjunta.

Este proceso es conocido como ciclo vital, conformado por diversos momentos por los cuales van atravesando todos los miembros de la familia, quienes van a ir compartiendo una historia común.

Desde que nace hasta que le llega la muerte, el ser humano no hace otra cosa que crecer. Y para ello es necesario aprender una y otra vez cosas nuevas.

En etapas tempranas el aprendizaje se une irremediablemente a la supervivencia. Así, el bebé aprende a succionar para alimentarse, y a llorar para reclamar la atención cuando algo le molesta. De esta manera es atendido y puede seguir creciendo.

Cuando somos niños, nuestros padres nos enseñan las cuestiones básicas de educación con las que manejarnos en sociedad. De este modo podemos ser admitidos por esta y empezamos a relacionarnos con nuestros iguales. Un poco más mayores, iniciamos una escolarización que nos durará por lo menos una década. En el colegio aprenderemos de nuevo algunas reglas de comportamiento y muchos conocimientos, a la par que nuestra familia se erigirá como el pilar fundamental de nuestro desarrollo psicológico.

Para sobrevivir, deberemos aprender de nuestros errores y de nuestros aciertos, nos sorprenderemos con los primeros sentimientos y afectos, y maduraremos con todo ello.

Estaremos entrando sin darnos cuenta en el complejo mundo de los adultos. A partir de ese momento, la supervivencia asociada al aprendizaje se dirigirá a la elección de nuestro cónyuge, con este a engendrar nuevas vidas humanas, y después a perfeccionarnos como miembros de la sociedad y la familia.

Tendremos que seguir aprendiendo a ser mejores personas, hijos, hermanos, esposos y padres. De nuestro compromiso, esfuerzo, sacrificio y responsabilidad depende en parte el futuro de este mundo.

La familia, base y fundamento de nuestra sociedad, también sufre estos cambios. No debe ser considerada como una unidad inflexible y rígida, sino más bien como una entidad unitaria, dinámica, cambiante y en adaptación constante. Los esposos deberán ir creciendo en intimidad, ofreciéndose el uno al otro mayores grados de conjunción emocional y social.

En su función de padres y durante el crecimiento de la familia, tratarán de proporcionar a los hijos las necesidades básicas de soporte, apoyo y orientación para su desarrollo personal y social, a la vez que los hijos deberían aprender a compartir, confiar, negociar, respetar y desarrollar habilidades sociales entre sus iguales. De este modo la persona, el matrimonio y la familia irán progresando en el crecimiento armónico fuente de felicidad.

Al igual que el ser humano en su crecimiento atraviesa por varias etapas, la familia también transcurre, desde su confección hasta la desaparición, por varias fases. Es importante resaltar la necesidad de cubrir de una forma eficaz cada uno de los retos que se proponen para cada etapa.

Así evitaremos los problemas derivados de su incumplimiento y disminuiremos los conflictos que suelen presentarse al cambiar de etapa. Se sabe que la vulnerabilidad para afrontar dificultades en la relación familiar es mayor en los cambios de etapa, y precisamente es en esos momentos cuando deberemos prestar más atención a nuestra actitud personal y al funcionamiento de la familia. Se podría considerar que la primera etapa de la familia se inicia con la diferenciación del sujeto de su familia de origen aunque mantenga una conexión emocional con ella.

Este debe ir adquiriendo el rol de adulto, creciendo en autoestima, percibiendo su propia realidad sin deformarla y alcanzando, con actitud recta y firme, su propia identidad de adulto. En esta etapa generalmente se puede caer en la inmadurez psicológica personal y de relación, manteniendo una dependencia emocional alta con la familia de origen.

Tras superar esta primera etapa con éxito, nos adentramos propiamente en la fase de creación de nuestra familia nuclear. Los retos irán claramente dirigidos a buscar y encontrar nuestra pareja, y mediante el conocimiento mutuo en el noviazgo, seremos capaces de configurar una relación leal y compatible, con ajuste de intereses, necesidades y demandas, basada en un compromiso firme y serio, que se convierta en los cimientos de la posterior construcción de la familia.

En este periodo, la dificultad de crecimiento de la familia estriba en la falta de asunción del auténtico compromiso y, de nuevo, la falta de independencia de la familia de origen. Una vez configurada nuestra propia familia, su crecimiento no deja de atravesar senderos repletos de dificultades que deberán ser vencidas con la ilusión propia que proporciona el amor conyugal.

Estudios recientes afirman que el nacimiento del primer hijo repercute en una disminución de la satisfacción conyugal. Quizás tenga que ver con esto la cada vez mayor edad en que se tiene el primer descendiente o el tiempo, también en aumento, entre la fecha de la boda y el primer parto. Un matrimonio sin hijos vive de forma diferente a un matrimonio con hijos pequeños, por lo que el cambio en el modus vivendi puede no ser asumido de forma adecuada.

En la familia con hijos pequeños los esposos deben asumir y entender los sacrificios que estos demandan, sabiendo mantener la calidad de la relación conyugal, integrando la familia en expansión en las respectivas familias de origen y aportando la adecuada formación espiritual, cultural y social a sus descendientes.

La siguiente etapa, la de las familias con hijos adolescentes, daría para un capítulo aparte. Probablemente sea el periodo donde más dificultades encuentra la familia en su crecimiento, aunque también supone un reto extraordinario que superar.

Es fundamental aprender a combinar los anhelos del adolescente –propios de su etapa vital personal– con la disciplina familiar, de modo que los padres sepan adaptarse con flexibilidad a sus épocas de cambio y mantengan una comunicación fluida y cercana con los hijos. Es imprescindible que esta adaptación no se prive de un enriquecimiento de la comunicación conyugal como manifestación unánime que genere seguridad. Las dificultades a superar en esta etapa estarán presentes en tanto en cuanto los padres discrepen en la toma de decisiones, no haya una adecuada adaptación de los padres a esta fase, y estos no entiendan la “rebelión” adolescente.

Las dos últimas fases del crecimiento familiar a las que llegaremos enteros si hemos hecho antes los deberes, están relacionadas con el reencuentro, en su más pura intimidad, del matrimonio.

Los hijos ya no están en casa y el periodo laboral está llegando a su fin. Es época de reorganización y reutilización de los recursos, del apoyo a los hijos, del cuidado de unos padres ya mayores, de la adaptación a la vida sin hijos y a la preparación para los reveses de la vida, pero con la disposición de libertad para afrontar incluso nuevos proyectos.

La última etapa, a la que se debería llegar con la satisfacción del deber cumplido, se debe afrontar con la aceptación de las incertidumbres propias de la edad. Es época de reconciliación, de dejarse cuidar por los hijos manteniendo los tratamientos médicos oportunos, adaptándose al propio declinar físico y a las dolorosas pérdidas familiares.

Es una oportunidad única para dejar nuestro legado a las generaciones venideras, ávidas de nuestra experiencia para que, a través de ella, no incurran en los tropiezos de nuestra vida y podamos por tanto evitarles nuestro sufrimiento pasado.

Llegar al final de nuestra vida habiéndola intentado vivir de forma auténtica, a través de nuestra satisfacción, nos acercará sin duda a lo que llaman algunos felicidad.

Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar. Departamento de Psiquiatría y Psicología Médica. Clínica Universidad de Navarra
Artículo publicado en la revista Hacer Familia. Mayo 2015.