Melanoma en la pierna
Historia de Julia

<p>Imagen Julia de la Rasilla</p>

Tras cumplir cien años, esta paciente afirma no tener ningún secreto para llegar a esa edad: “Todo lo he curado con leche y aspirina”.

Julia de la R. será, con toda probabilidad, una de las personas que más tiempo lleva como paciente de la Clínica. Por si surgen dudas, cabe recordar que cumplió cien años el 26 de septiembre de 2011 y que está vinculada con la Clínica Universidad de Navarra desde poco después del nacimiento del centro hospitalario.

Su marido, David I., fue su primer director de personal, pues lo era de la Universidad de Navarra, y al ser entonces la Clínica un centro pequeño, la gestión de los recursos humanos era común para ambas instituciones.

De todos los años que atesora de experiencia vital y como paciente, Julia tiene meridianamente claras las características que ha de reunir un médico: “La mitad de la enfermedad la curan con la amabilidad. Es lo principal que debe tener un médico: cariño, amabilidad, ánimo… Que te quite el miedo. Eso lo encuentras aquí, en la Clínica, y es una bendición de Dios”.

Accidente de tráfico de su marido

Sus palabras y alusiones reflejan continuamente el gran afecto que Julia siente por la Clínica, pese a que su primer contacto con el centro se produjo en circunstancias dramáticas. “Mi marido, David, sufrió un accidente de tráfico cerca de Tolosa (Guipúzcoa). Fue ingresado en un hospital allí y pensaron que había que cortarle las piernas porque las tenía destrozadas. Sin embargo, varios médicos de la Clínica se desplazaron a Guipúzcoa, entre ellos los doctores Agustín Imízcoz y Juan Antonio Paniagua, y me dijeron que no me preocupara, que harían todo lo posible por evitar amputarle las piernas y que lo trasladarían a Pamplona en cuanto estuviera en condiciones para viajar”.

Las secuelas del accidente, recuerda Julia, obligaron a su marido a permanecer más de medio año ingresado en la Clínica, “desde abril hasta noviembre.

Le hacían todo tipo de pruebas al pobre, que estaba totalmente enyesado. Cuando salía el equipo médico de la habitación, les oía decir que no le cortarían las piernas para que, al menos, le sostuvieran. En noviembre salimos de la Clínica con todas la precauciones y mi marido volvió a casa en silla de ruedas”.

Sin embargo, continúa emocionada, la rehabilitación posterior que hubo de realizar ya en su domicilio, y cuya artífice fue la enfermera Blanca Valcárcel, obtuvo los mejores resultados. “Fue horrible, pero lo hicieron tan divinamente que terminó andando. Había veces que yo creía que le iban a romper la pierna. Recuerdo que le decían: ‘Ya doblamos no sé cuantos grados, don David’. Al final le pusieron de pie en el suelo y le pidieron que anduviera. Los médicos no lo creían y le pedían que anduviese delante de ellos para comprobarlo”.

“Me hicieron un injerto que era una obra de arte"

Nacida en Santander, Julia vive actualmente en Madrid y se desplaza periódicamente a Pamplona, donde viven tres de sus cinco hijos, para acudir a revisiones en la Clínica. “Me ve el doctor Salvador Martín Algarra porque hace años me operaron de un melanoma en la pierna. Tenía una marca desde siempre y un día, al secarla con una toalla, sangró y cambió de aspecto. Me asusté, vine y el doctor Agustín España me dijo que había que operar cuanto antes. Me hicieron un injerto precioso: era una obra de arte y no tenía ni una arruga”, detalla dejando entrever el sentido del humor que conserva.

En la visita posterior a su cumpleaños centenario, en diciembre, el personal del Departamento de Oncología la recibió “con ramo de flores preciosas”, relata con cierta emoción.

Confiesa que a lo largo de su vida no ha padecido demasiados problemas de salud. “Sí que he tenido siempre mucha propensión al catarro y venía a la Clínica a ponerme unas inyecciones para evitarlos”. De aquel tiempo, todavía recuerda a médicos con los doctores Ignacio Lucas o Federico Conchillo.

Si se le pregunta por cómo ha cambiado la Clínica en las últimas décadas, Julia prefiere quedarse con los aspectos que se han mantenido en el centro con el paso de los años: “El trato es único. Esa delicadeza por parte de las enfermeras y de todo el personal sigue siendo el mismo, y se agradece mucho”. Por último, asegura no guardar ningún secreto que le haya permitido vivir un siglo: “Todo lo he curado con leche y aspirina. Si me dolía la cabeza, tomaba esas dos cosas. Y, la verdad es que no he tenido ninguna enfermedad importante”, concluye.