Alimentación complementaria para los niños

La alimentación complementaria comprende todos aquellos alimentos distintos a la leche o fórmula que integran la dieta del niño desde los cuatro o seis meses de vida, tales como cereales, frutas, verduras, carnes, etc.

La leche o fórmula debe seguir suministrándose en cantidades no inferiores a medio litro diario para asegurar una ingesta adecuada de calcio (500 mg. por día) que permita la correcta mineralización del esqueleto.

La alimentación complementaria tiene beneficios para los niños ya que ayuda al desarrollo del lactante, mejora la coordinación de reflejos de deglución y nutrición, y favorece el desarrollo el sentido del gusto y del olfato.

Es importante tener en cuenta que no se debe introducir ningún alimento nuevo sin la supervisión del pediatra. 

En nutrición pediátrica este término hace referencia a las harinas o productos extraídos de ciertas semillas de gramíneas (arroz, maíz, trigo, etc.) y de algunos leguminosas (soja) y tubérculos (tapioca). Son el primer paso de la alimentación complementaria, siendo sus características su consistencia fluida (papillas), su buena aceptación y su fácil deglución.

Representan una importante fuente de energía por su riqueza en carbohidratos complejos. Aunque no contienen muchos lípidos, proporcionan cierta cantidad de ácidos grasos poliinsaturados, así como tiamina, sales minerales y algo de proteínas. Las harinas pueden ser mono o multicereales.

Unas y otras deben someterse en su fabricación a tratamientos térmicos y enzimáticos para facilitar su preparación. Las harinas también pueden presentarse solas o adicionadas con fórmula láctea, otros componentes proteicos, frutas, verduras, etc. Cuando son lacteadas han de disolverse con agua, mientras que si contienen sólo cereal. deben mezclarse con fórmula.

Si el niño sigue con la lactancia materna, es mejor dar los cereales con cuchara no con biberón. Los preparados comerciales deben cumplir unos requisitos recomendados por las comisiones de expertos.

Son ricas en vitaminas (en vitamina C especialmente los cítricos), azúcares, agua, sales minerales y fibra.

Se administran bien en forma de papillas de confección doméstica (sin añadir sacarosa) o bien en forma de preparados industriales. Suelen incluir plátanos, manzana, naranja, etc.

Aportan diversas vitaminas, sales minerales, cantidades variables de carbohidratos, algo de lípidos, proteínas y agua. Significan además un notable suministro de fibra, importante no sólo para la regulación de la motilidad intestinal sino también para la modulación del metabolismo del colesterol.

Se emplean en forma de purés caseros, sin adición de sal, o en forma de productos industriales. Suelen integrar la dieta del niño asociados a carnes o pescados a partir de los seis meses o antes, pero cuidando entonces de excluir alimentos ricos en nitratos (espinaca, col, remolacha), por el peligro de metahemoglobinemia.

En principio, se dan muy triturados y, a medida que progresan la función masticatoria y la deglución de sólidos, se va aumentando paulatinamente su textura para evitar rechazos de alimentos enteros en las semanas o meses próximos.

La importancia nutricional de la carne reside en ser una excelente fuente de proteínas y hierro, aunque la absorción de este metal probablemente es menor en los alimentos que cuando se administra sulfato ferroso sólo y en ayunas. Las carnes deben contener poca grasa (pollo sin piel, ternera, etc.) y suelen mezclarse con los purés vegetales en cantidades dependientes de la proteínas que el lactante ingiera con la fórmula láctea. Usualmente comienzan a administrarse en raciones de 25 a 30 g. al día.

Los pescados aportan ácidos grasos nutricionalmente importantes y contienen también proteínas de buena calidad pero, como las del huevo, son muy antigénicas, por lo que estos dos alimentos suelen ser los últimos que se incluyen en la dieta del bebé.

Los pescados se administran en cantidades similares a la carne y alternándolas con ella. No deben introducirse hasta los 9 a 10 meses.

El huevo se dará siempre cocido, en cantidad no superior a media yema dos veces por semana y a partir del décimo mes.

La clara del huevo no se introduce hasta despues de cumplir un año de vida y las legumbres, a partir del primer año. Las vísceras (hígados, sesos, etc) no deben formar parte de la alimentación complementaria, entre otras razones por su elevado contenido en grasas saturadas.

Se trata de los preparados industriales de frutas, verduras, carnes, huevo, pescado, etc. Debido a su enorme variedad en el mercado, es prácticamente imposible especificar la cantidad recomendada de nutrientes para cada tipo, pero sí se han formulado amplias recomendaciones acerca de la densidad energética, contenido en proteínas y cantidad de sodio.

  • Energía: superior a 70 kcal./100 g.
  • Proteínas: 4,2-6,5 g./100 kcal.
  • Sodio: 10 mEq./100 kcal.

Los preparados que sólo contienen carne o pescado deben aportar un mínimo proteico de 6,5 g./100 kcal., porque han de mezclarse con verduras que tienen proteínas en poca cantidad y de baja calidad biológica.

En cambio, es suficiente, que los platos completos contengan alrededor de 4,2 g./100 kcal. Con respecto al sodio, no debe superar los 10 mEq./100 kcal. para evitar ingestas peligrosas de sal.

Todos estos preparados se expenden en tarritos y su consistencia oscila desde una completa trituración hasta texturas cada vez más gruesas. Los envases, una vez abiertos, deben consumirse inmediatamente o ser conservados en la nevera por un tiempo máximo de 48 horas.

Consejos prácticos

  • No debe contener gluten hasta que el lactante cumpla al menos seis meses.
  • Entre cada alimento nuevo que se incluye, debe pasar un intervalo de tiempo aproximado de una semana para poder valorar la tolerancia del niño frente al mismo.
  • Se debe ofrecer agua entre comidas y después de las mismas, sobre todo si hay fiebre o en días calurosos.
  • No es aconsejable añadir sal a las comidas durante el primer año de vida.
  • No se debe introducir ningún alimento sin el consejo de su pediatra.