El primer noviazgo de los hijos

El paso de la niñez a la adolescencia trae consigo muchas novedades. Es una etapa en la que bullen las emociones, se buscan nuevas experiencias y cobran importancia la vida social y las amistades.

El adolescente se va conociendo y va decidiendo quién quiere ser, más allá de lo que sus padres le hayan ido diciendo y enseñando. Siente la necesidad de ser parte de un grupo, de un proyecto con el que se va identificando y a partir del cual va definiendo cómo es y quién quiere llegar a ser.

Durante este proceso de toma de decisiones, va eligiendo a sus amigos, que se convierten cada vez en un grupo más selecto con quien comparte aficiones e intereses. Al mismo tiempo que aumenta la intimidad de las amistades con personas del mismo sexo, se establecen amistades con personas del sexo opuesto, generalmente en ambiente de grupo.

Estas amistades empiezan antes en las mujeres que en los hombres, así como el desarrollo puberal. La adolescencia temprana es una etapa para probar, imaginar y descubrir cómo se funciona en grupos mixtos y en pareja.

Dentro del grupo de amigos, empiezan a interesarse por alguna persona del otro sexo. En esta elección de pareja prima más la amistad que el noviazgo en sí. Así es como deberían enfocarlo los padres, valorando más esa incipiente relación desde la amistad.

Es importante darle importancia en su justa medida, sabiendo que probablemente no será el noviazgo definitivo. Aun así, vale la pena que lo vivan bien, ya que cada noviazgo les irá formando como personas. Irán aprendiendo valores en positivo o en negativo. Si aprenden a respetar a su pareja, podrán hacer lo mismo con los demás.

Pueden aprovechar el impulso del enamoramiento para sacar lo mejor de sí. Durante el noviazgo, se están conociendo también a sí mismos y comprobando lo que son capaces de hacer. Es frecuente que el adolescente desordenado de repente se esfuerce por asearse y ser puntual para sorprender a su pareja y no defraudarla.

El joven va aprendiendo a dominarse, a entregar su tiempo y esfuerzo por otra persona, a negarse para complacer al otro. Para ello es necesario encauzarlo bien, que no se convierta en una relación egoísta de utilización mutua contra el aburrimiento o la soledad. Si en casa hay un clima de interés y respeto, tendrá ganas de compartir sus ilusiones y sus fracasos, también en el plano sentimental.

No se trata de aleccionarle, sino de ayudarle a pensar. Se encuentra en un momento en que está confeccionando su identidad y quiere sentirse uno mismo, dueño de sus decisiones. El adolescente busca hacerse valer, que sus decisiones importen, a la vez que necesita poner en común sus inquietudes.

Por ello, lo mejor es acompañarle en el proceso y facilitar que pueda compartir cómo se siente. No se debe restar importancia a lo que a ellos les quita el sueño ni hacerles pensar que son tonterías, ya que si no se sienten escuchados como esperan, se lo guardarán o se desahogarán solo con sus amigos.

Es bueno fomentar el diálogo con los hijos, que están sedientos de comentar y ser escuchados. Deben sentir la seguridad de que en casa no van a ser juzgados. Tener una conversación fluida desde que son pequeños, facilitarles su espacio para comunicar sus aparentemente pequeñas hazañas y preocupaciones, ayudará a que esa confianza se mantenga y fortalezca conforme vayan creciendo.

Sería prudente no trasladar al hijo la visión de los padres o tomar las decisiones por él. Los intereses del hijo pueden no coincidir con lo que los padres tenían pensado, sin ser por ello peores. No se trata de que elijan los padres al futuro estudiante de ingeniería de una familia adinerada como novio de su hija, sino de aconsejar desde la distancia y permitir que se equivoquen.

Después también habrá que acompañarles en los fracasos amorosos, ayudándoles a aprender de lo sucedido y a asumir las consecuencias de los errores. Tampoco es conveniente una sobreimplicación de los padres que podría llegar a condicionarles. Por ejemplo, el hecho de que los padres se encariñen mucho con una novia, podría poner al hijo en el compromiso de no romper la relación.

Con todo ello, es bueno dejar que las cosas evolucionen progresivamente con naturalidad y acompañar desde una distancia prudencial para que puedan acudir a consultar cuando precisen.

Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar. Departamento de Psiquiatría y Psicología Médica. Clínica Universidad de Navarra
Artículo publicado en la revista Hacer Familia. Octubre 2016